Muchos cristianos tienen el deseo de dedicarse a Dios e invertir en obras, proyectos o asistir a escuelas bíblicas. Este deseo es normal para todo aquel que ama a Jesucristo. Pero, ¿cómo debemos consagrarnos al Señor? ¿Cómo es la consagración que agrada a Dios? Estas preguntas son aún más importantes, cuando vemos que Jesús volverá pronto. El tiempo que nos queda es demasiado precioso, para invertirlo de alguna manera, sin saber si eso le agradará Dios.
Para consagrarse al Señor, no basta con decir simplemente: “Señor, me entrego completamente a Ti”. No es apropiado dar al Señor nuestro yo, profano e impío, que todavía está influenciado por el mundo y las cosas pecaminosas. Si sólo nos dedicamos al Señor y le servimos de alguna manera, pronto habrá problemas y nuestra consagración durará poco. Es por eso por lo que Dios nos muestra en los capítulos sobre la ordenación de los sacerdotes en el Antiguo Pacto (ver Éxodo 29 y Levítico 8) cómo es la consagración que agrada a Dios.
… como el SEÑOR ha ordenado
En Levítico 8 dice diez veces “cómo el Señor ordenó que se hiciera”. Ésta es una base fundamental, para el servicio sacerdotal. Dios no depende de nuestros proyectos o buenas ideas, sino que busca personas que le obedezcan y sirvan según Sus instrucciones. La consagración de los sacerdotes consta de dos partes: Vestirse con las vestiduras sacerdotales y la santificación de los sacerdotes, mediante las ofrendas.
Parte 1: Vestirse con las vestiduras sacerdotales
Lavarse con agua
Antes de vestirse, los sacerdotes tenían que lavarse primero. Por ejemplo, si vengo de un entorno polvoriento y sucio, no puedo entrar en la cocina de un restaurante, para trabajar allí como cocinero. En primer lugar, hay que lavarse del polvo y de la suciedad de este mundo. Jesús es el agua de la vida, que no sólo sacia nuestra sed, sino que también nos lava (véase 1 Co. 6:11; Ef. 5:26). ¡Alabado sea el Señor, porque podemos lavar y quitar todo tipo de muerte y todo tipo de polvo!
Vestirnos de Cristo, como nuestro vestido
Aunque somos creyentes y amamos al Señor, todavía tenemos la carne pecaminosa. Por el bautismo hemos enterrado la carne, el hombre viejo, y nos hemos revestido de Cristo. Pero, ¿cómo es nuestra realidad? A menos que nos vistamos de Cristo, como nuestro vestido y vivamos en el Nuevo Hombre, será de la única forma, que podremos evitar que aparezca la vieja carne y a su vez corrupta. Es una vergüenza para Dios, cuando uno dice que que sirve a Dios y vive en el viejo hombre y permite que la carne se manifieste. Por eso, como sacerdotes, debemos aprender a revestirnos de Cristo, para que sea Él, el que se manifieste en nosotros y no nuestra carne corrupta (véase Ef. 4:17-24; Col. 3:9-14).
Ponerse el cinturón
No necesitas cinturón para dormir; los pijamas no tienen cinturón. Jesús dijo:
Estad siempre preparados y mantened las lámparas encendidas, y sed semejantes a hombres que esperan a su Señor
(Lucas 12:35-36a)
Esto significa que estamos despiertos, orientados y esperando al Señor en Su venida. El cinturón se necesita mucho más, cuando se tiene un trabajo o una tarea que hacer. Si queremos servir a Dios como sacerdotes, también necesitamos un cinturón, es decir, una orientación clara en nuestra vida, para cada día. De lo contrario, estarás dispuesto a cualquier cosa, te distraerás rápidamente y te quedarás dormido. Sin cinturón, simplemente vivimos la jornada y nos dejamos llevar por las circunstancias y nuestros sentimientos. Aprendamos a ponernos el cinturón, para estar todo el día con la vista puesta en Dios y en su Reino.
Ponerse la cinta (el turbante)
El cubrir la cabeza de los sacerdotes, era una cinta, el turbante, que se enrollaba alrededor de la cabeza. Romanos 12:2 dice:
No os conforméis a este siglo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que podáis comprobar cuál es la voluntad de Dios.
Aunque seamos creyentes y estemos bautizados, nuestros pensamientos tienen que renovarse de día en día, poco a poco; como el turbante que se envolvía en la cabeza vuelta a vuelta. Si permanecemos en nuestros razonamientos habituales, no entenderemos las cosas celestiales de Dios – del mismo modo que no las entenderemos, si dejamos que nuestros pensamientos vaguen libremente. Más bien, debemos poner nuestros pensamientos en las cosas de arriba, donde está Cristo ( véase Col. 3:1-2) y orar: Señor, haz que mis pensamientos sean nuevos y que ya no piense como antes.
Lavarnos con agua, revestirnos de Cristo, ponernos el cinturón y el turbante – cuando experimentamos la realidad de esta primera parte, sobre la ordenación sacerdotal, seremos santificados poco a poco y apartados para Dios. Esto nos lleva al segundo paso de la ordenación sacerdotal, la consagración mediante las ofrendas (véase el próximo artículo).
Parte 2: Las ofrendas (seguirá en breve…)