A todos los creyentes se les da la misma fe preciosa cuando nacen de nuevo. La fe de Dios es un don que se nos da, y que hemos recibido sin mérito. Sin embargo, Pedro nos muestra que esto es sólo el comienzo. Después de recibir la fe, como cristianos debemos ser diligentes para desarrollar esa fe dentro de nosotros, para que dé fruto abundantemente.
Él dice:
Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadid a vuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; así que, hermanos, sed tanto más diligentes para hacer firme vuestro llamado y elección de parte de Dios; porque mientras hagáis estas cosas nunca tropezaréis;
2Pedro 2:5, 10
La diligencia es una virtud importante. En nuestra vida laboral somos muy diligentes y minuciosos: Llegamos puntuales a las reuniones, hacemos nuestro trabajo a conciencia e incluso hacemos horas extras en el trabajo. Pero cuando se trata de las cosas de Dios, somos perezosos. Pensamos que todo nos viene dado, que no tenemos que hacer nada y que todo sucede automáticamente. Incluso Salomón tiene una palabra para los perezosos:
Ve, mira la hormiga, perezoso, observa sus caminos, y sé sabio.
Proverbios 6:6
La hormiga es más diligente que nosotros, los cristianos. ¿Por qué? Porque el pecado no vive en la hormiga. Pero el Pecado habita en la carne de nosotros los cristianos. El mismo Satanás habita en nuestra carne en forma de Pecado. No importa cuánto tiempo seamos cristianos, la carne siempre permanece siendo carne. Nos impide e incluso destruye lo que antes edificábamos positivamente. No importa cuánto tiempo seamos cristianos o cuánto tiempo llevemos en la iglesia, si no tenemos cuidado y le damos espacio a la carne, caeremos. Satanás simplemente espera la oportunidad adecuada y entonces ataca. Por lo tanto, debemos ser diligentes y vigilar para no dar espacio al enemigo.
Ocuparnos en nuestra propia salvación
La única manera es ocuparnos diligentemente en nuestra propia salvación, como nos dice el apóstol Pablo:
Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor;
Filipenses 2:12
Cuando somos conscientes de que el enemigo está constantemente tratando de devorarnos, trabajamos en nuestra propia salvación con temor y temblor. Satanás habita en nuestra carne a través del Pecado y está muy cerca de nosotros. Él no es perezoso. Por esta razón, debemos ser tanto más diligentes y procurar nuestra propia salvación. De lo contrario, seremos rápidamente devorados.
Un gran peligro es el conocimiento bíblico y el así llamado conocimiento. Después de algún tiempo siendo cristianos, llegamos a conocer la Biblia y acumulamos tanto conocimiento. Pero ¿de qué nos sirve el conocimiento si a la hora de la verdad no conocemos al Cristo viviente? Ser un hacedor de la Palabra de Dios significa, que experimentamos a Cristo en nuestra vida diaria. Si conocemos la voluntad de Dios, pero no la cumplimos, recibiremos muchos azotes cuando el Señor regrese (véase Lucas 12:47-48).
Por lo tanto, debemos ser diligentes para convertirnos en hacedores de la Palabra de Dios. Esto es lo que significa, participar en nuestra propia salvación. Nosotros mismos somos responsables de nuestra propia salvación. ¡No sucede automáticamente! Pero si somos diligentes en ocuparnos de nuestra salvación, Dios cooperará. ¡Todo lo relacionado con la vida y la piedad nos ha sido dado, pero debemos poner toda nuestra diligencia, para desarrollar esta maravillosa fe!