Los sacrificios para la ordenación sacerdotal

Es un gran privilegio servir como sacerdote a nuestro Dios santo, justo y glorioso. El servicio sacerdotal no comienza con el estudio de teología o la asistencia a un seminario de adoración, sino con el proceso de ordenación sacerdotal. Dios nos muestra lo que debemos tener en cuenta para poder servirle de manera que a Él le agrade: Las vestiduras sacerdotales, la unción y los sacrificios de ordenación sacerdotal. Si no experimentamos la realidad de esto a través de Jesucristo, serviremos a Dios según nuestro propio concepto y, al final Él no lo reconocerá en absoluto (véase Mt. 7:23). En el último artículo se describió el ser equipado con las vestiduras sacerdotales, siendo santificados para Dios lavándonos con agua, vistiéndonos de Cristo, el cinturón y el turbante.

La segunda parte de la ordenación sacerdotal consiste en tres sacrificios: un novillo para la ofrenda por el pecado, un carnero para el holocausto y un carnero para la ofrenda de paz como ofrenda de consagración. Si nos saltamos esta parte, acabaremos cayendo en la trampa del diablo. Al principio puede que nos dediquemos de lleno al Señor y mantenernos puros, pero en algún momento determinado llegaran las dificultades y las pruebas. Si entonces no tenemos el sacrificio fundamental de la ordenación sacerdotal, caeremos. Por eso Dios ha ordenado este principio para los sacerdotes y nosotros debemos experimentar este proceso a través de la realidad en Jesucristo (véase Col. 2:16-17).

1. Un novillo como ofrenda por el pecado (Levítico 8:14-17)

El mayor y primer sacrificio en la ordenación sacerdotal no es el holocausto, sino la ofrenda por el pecado. Probablemente nosotros hubiéramos puesto en primer lugar el holocausto, siendo completamente para Dios y aprendiendo obediencia. ¿Por qué la ofrenda por el pecado es de mayor importancia para Dios?

Cuando servimos a Dios y tal vez hacemos esto y aquello para Él, existe un gran peligro de que olvidemos de dónde venimos y de que el pecado se deslice de alguna manera. Llegando a creer que vamos por buen camino y que lo estamos haciendo mucho mejor que los demás. Con el tiempo, puede que incluso menospreciemos a los demás, porque hacemos más para Dios que los demás y es posible que nos volvamos orgullosos sin darnos cuenta. Pablo, en cambio, siempre fue consciente de que él mismo necesitaba la mayor ofrenda por el pecado: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero (o: el más grande)“ (1 Ti. 1:15, véase también Ef. 3:8; Ro. 7:18; 2 P. 1:9).

Otra causa de muchos problemas es que, nuestra entrega a menudo se mezcla con cosas naturales y anímicas. Queremos servir al Señor, pero nos dejamos llevar y controlar por nuestras propias preferencias. Nuestro ser humano natural, por ejemplo, puede disfrutar viajando o hablando de la gente. Si entonces no experimentamos, cómo Jesús nos libera de nuestro yo, como la ofrenda por el pecado, siempre buscaremos un camino que también nos convenga a nosotros. Entonces se hace difícil reconocer y hacer realmente la voluntad de Dios. Como sacerdotes de Dios, nada debe dominarnos, ni siquiera nuestro propio ser.

Si servimos a Dios como sacerdotes, el diablo intentará constantemente derribarnos. Él puede usar muchas maneras: el pecado en nuestra carne, nuestro yo, el mundo y también la religión. Puede que al principio seamos fuertes y resistamos, pero con el tiempo nos descuidamos y dejamos de estar atentos. Por eso necesitamos la experiencia constante de la ofrenda por el pecado, para que no nos cansemos de resistir al pecado y al diablo (véase He. 12:3-4). Pablo escribió al final sobre un hermano que le había abandonado, porque amaba este mundo presente (2 Ti. 4:10). ¿Cómo es posible que un colaborador de Pablo acabe yéndose al mundo? Porque con el tiempo se olvidó del novillo de la ofrenda por el pecado. Si no estamos atentos y no tratamos constantemente nuestro corazón, nos puede pasar lo mismo.

Es la sabiduría de Dios que la ofrenda por el pecado sea el mayor y el primer sacrificio en la ordenación sacerdotal. Que experimentemos la realidad de que el Señor nos libera de todo lo que quiere dominarnos o apartarnos. Entonces nuestro servicio sacerdotal le será agradable.

2. Un carnero para holocausto (Levítico 8:18-21)

Si somos libres del dominio del pecado, entonces ahora necesitamos un holocausto para vivir para Dios. Romanos 6 dice muy acertadamente: „Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. […] Pero ahora, habiendo sido liberados del pecado y hechos esclavos de Dios“ (vs. 11, 22a). El holocausto era cortado en pedazos, las entrañas y las patas eran lavadas y quemadas por completo sobre el altar como olor fragante para Dios. Es un sacrificio íntegro, como Cristo estaba íntegramente entregado a la voluntad del Padre y obedeciéndole siempre. Como sacerdotes, necesitamos a Jesús como este holocausto, para que también nosotros, podamos ser completamente para Dios y someter todo a Su voluntad. De lo contrario, pronto empezaremos a reservarnos alguna parte para nosotros. Seguimos realizando nuestras tareas y servicios, pero reservamos parte de nuestro tiempo y energía para otras cosas. Que aprendamos a darle todo a Él y no retener ninguna parte (véase Fil. 2:20, 30).

3. Un carnero para la consagración (Levítico 8:22-29)

El tercer sacrificio necesita un carnero como ofrenda de consagración. La ofrenda de consagración era una ofrenda especial de paz. Antes de que la grasa y los riñones fueran ofrecidos a Dios sobre el altar, Moisés tomó un poco de la sangre y la puso sobre el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar derecho y el dedo gordo del pie derecho. A partir de ese momento, los sacerdotes incluso llevan una marca visible de que están santificados y pertenecen enteramente a Dios. Muchos cristianos valoran la sangre de Jesús para el perdón de nuestros pecados. Pero, ¿recordemos también que con ello, Él también nos compró? Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Dios. Pero, en la realidad ¿cómo es esto? Primero pensamos en lo que podemos hacer para Dios con nuestras manos o adónde debemos ir con nuestros pies. Sin embargo, la sangre de la ofrenda consagrada se aplicaba primero en la oreja. En primer lugar, debemos aprender a escuchar el hablar de Dios en todas las cosas y no actuar con presunción. Presuntuoso significa que hacemos algo para Él que ni siquiera ha dicho que hagamos. En Mateo 7:21-23, Jesús habla de creyentes que han hecho muchas cosas buenas en Su nombre, pero en realidad no era la voluntad del Padre. Jesús no los reconoce e incluso los aparta de Él. Si nuestros oídos no están santificados, todo lo que hagamos para Él será inútil. Si tenemos una buena idea o queremos ayudar con un problema, cogemos rápidamente el teléfono, nos ponemos en marcha y corremos de un lado para otro hasta que la cosa  está hecha. Pero la Palabra de Dios dice: “Cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para enojarse” (Santiago 1:19).

La marca de la oreja no era visible para el propio sacerdote, pero sí lo era claramente en el pulgar y en el pie. Dios sabe que siempre necesitamos un recordatorio de que le pertenecemos y le representamos. Un sacerdote no puede reaccionar de cualquier manera y hacer lo que quiera. Malaquías 2:5-7 dice acerca de los sacerdotes: Él me reverenció, y estaba lleno de temor ante Mi nombre. La verdadera instrucción estaba en su boca, y no se hallaba iniquidad en sus labios; en paz y rectitud caminaba conmigo […] porque él es el mensajero del SEÑOR de los ejércitos.

Para poder servir al SEÑOR de los ejércitos de esta manera, necesitamos la ofrenda de consagración completa con todo lo que conlleva, la ofrenda mecida y la canasta llena de panes sin levadura, tortas y pasteles. Los sacerdotes recibieron abundante comida de este sacrificio, todo un banquete. Si nos entregamos completamente al Padre, Él también proveerá para nosotros, tanto espiritual como también de forma práctica. No sería bueno para nosotros servir sin experimentar la rica provisión del Espíritu. Todo lo que necesitamos para servir a Dios, todas las riquezas de Cristo están contenidas en este sacrificio de paz sacerdotal. ¡Que experimentemos en la realidad toda la ordenación sacerdotal!