Los cristianos vivimos hoy en el tiempo del Nuevo Pacto. Dios desea obtener la verdadera adoración de nosotros. Para ello tenemos que reconocer que cada instrucción que Dios dio, con respecto a la adoración de Su pueblo en el tiempo del Antiguo Pacto, tiene su equivalente y su realidad espiritual hoy en el Nuevo Pacto.
1. A quién corresponde la Adoración – A Dios el Padre
En Éxodo 34 Dios dijo a Su pueblo: „porque no adorarás a ningún otro dios; pues el SEÑOR, cuyo nombre es »Celoso«, Dios celoso es“ (v. 14). Esto deja muy claro, para quién es la adoración: Pertenece a Dios y únicamente a Dios. Jesús también confirmó esto cuando dijo: „el Padre tales adoradores busca que le adoren“ (Juan 4:23). Por lo tanto, como cristianos, debemos ser conscientes de que la adoración no es para nosotros mismos, sino exclusivamente para Dios el Padre. No se trata de nuestras preferencias, sino de lo que le agrade a Él.
2. Quiénes son los adoradores – el sacerdocio santo
En el tiempo del Antiguo Pacto, eran los sacerdotes quienes ofrecían sacrificios a Dios sobre el altar (véase Levítico 1:8-9). Desde el principio, Dios quería tener un reino de sacerdotes: “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y nación santa. Éstas son las palabras que dirás a los hijos de Israel” (Éxodo 19:6). El propósito de Dios no ha cambiado en el Nuevo Pacto: „[Jesucristo] que nos ama, y nos libertó de nuestros pecados con Su sangre, y nos hizo un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre“ (Apocalipsis 1:5-6). Hoy todos los creyentes son sacerdotes – no solamente un grupo singular de personas, que han sido nombrados por una iglesia. Dios nuestro Padre desea que todos los cristianos ejerzan el sacerdocio de forma específica, en espíritu y en realidad.
3. Dónde se haya el lugar de Adoración – la iglesia, la Jerusalén celestial
En el Antiguo Pacto Dios permitió un único lugar de adoración: El Monte del Templo en Jerusalén, el Monte Sión. La Palabra de Dios nos muestra en el Salmo 132: „Porque el Señor ha elegido a Sion; la quiso como habitación para Sí.“ (v. 13). También en el Nuevo Pacto existe una Jerusalén, el lugar de la verdadera adoración. Sin embargo, ésta ya no es terrenal, sino celestial: „sino que os habéis acercado al monte de Sion y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial; … y a la congregación de los primogénitos“ (Hebreos 12:22-23). Ya hoy, todos los creyentes en la iglesia deben ser de naturaleza celestial. ¿Esto cómo puede ser? Todos los creyentes en la iglesia deben aprender a andar en el espíritu. De ahí que, no sea tan fácil ser la iglesia que Dios reconoce como lugar de adoración. Iglesias y Organizaciones cristianas que son edificadas con habilidades humanas, son inservibles para Dios como lugar de adoración. Tampoco es suficiente un nombre bíblico correcto, sobre el letrero de la entrada de la iglesia; es más, Dios tiene que ser el único arquitecto y constructor (véase Hebreos 11:10).
4. Con qué quiere ser adorado el Padre – Cristo como los sacrificios espirituales
En aquella época, en los días del Antiguo Pacto, los israelitas adoraban a Dios trayéndole distintos sacrificios y ofrendas. Estas ofrendas se describen detalladamente en Levítico capítulos 1 al 7. Hoy, en el Nuevo Pacto, Jesucristo es la realidad espiritual de todos estos sacriê cios. Cuando vivía sobre la tierra, el Señor Jesús sustituyó cada uno de los sacriê cios (la sombra) con Él mismo, como la realidad (véase Hebreos 10:1-9). Ahora, Dios desea que experimentemos a ese Cristo maravilloso día tras día, como la realidad espiritual de los sacrificios, y así poder traer esta realidad, como la verdadera adoración durante la Fiesta del Señor. De esto habla Pedro cuando escribe: „vosotros también, como piedras vivas, sed ediê cados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacriê cios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.“ (1.Pedro 2:5).
El libro de Levítico, en los capítulos del 1 al 7, nos muestra las cinco ofrendas principales que Dios requería de Su pueblo. Estas son las cinco ofrendas principales, y sus equivalentes en el Nuevo Pacto
- El holocausto
Cristo es el único que es absoluto para el Padre, quien es uno con el Padre y le es obediente en todas las cosas. Por lo tanto, necesitamos experimentar a Cristo, como nuestro holocausto, a fin de poder obedecer a Dios y hacer Su voluntad (véase Juan 6:38; 8:29; 10:30). - Ofrenda de flor de harina
Muestra, la humanidad fina, sin pecado y perfecta de Jesús, quien voluntariamente pasó por todo tipo de sufrimientos. Debemos comer esta humanidad pura de Jesús, como el pan de vida (véase Juan 6:50-51) y vestirnos del Nuevo Hombre (véase Efesios 4:22-24; Colosenses 3:9-10). - Ofrenda de Paz
Muestra, cómo podemos ser enteramente reconciliados con Dios, a través de Cristo, y cómo podemos vivir plenamente en paz con Dios y con los hombres (véase Efesios 2:14-18). - Ofrenda por el Pecado
Muestra, cómo Cristo quiere librarnos del dominio del pecado y tratar con la raíz del mismo en nosotros (véase Romanos 6:9-11). - Ofrenda por la Transgresión
Muestra, que la preciosa sangre de Jesús, nos limpia de todos los pecados y transgresiones y que Cristo quiere santificarnos (véase 1.Juan 1:9).
Junto a estas cinco ofrendas principales, Dios también desea la ofrenda de libación (véase Levítico 23:13, 18, 37). Esta ofrenda era derramada adicionalmente, en forma de vino, sobre el altar. La ofrenda de libación muestra, que Cristo estaba dispuesto a derramar toda Su vida para Dios y morir en la cruz. El apóstol Pablo también habló de llegar a ser “derramado como una ofrenda de libación” (véase Filipenses 2:17). Cuando llegó el momento de su martirio, le escribió a Timoteo: „Porque yo ya estoy siendo derramado en libación, y el tiempo de mi partida está cercano“ (2.Timoteo 4:6).
Si experimentamos a Cristo en nuestra vida diaria, como la realidad espiritual de los sacrificios, nuestras vidas cambiarán y seremos transformados a la imagen de Cristo. Experimentaremos a Cristo en todas Sus riquezas, en las diferentes situaciones en las que nos encontramos cada día. La mejor experiencia con Cristo, “la recordamos o anotamos” para poder ofrecérsela a Dios el Padre, como un sacrificio espiritual. Pero, ¿cómo ofrecemos estos sacrificios a Dios el Padre?